Patrones del Alma: Zona Ser o Ser

Katia Lopezconde, Estudiante 2025

“El tiempo es patrones y el mundo una secuencia de eventos dentro de un patrón”. -Amanda Calvo

Cuando me acerqué a la permacultura, mi intención inicial fue nutrir mi formación en diseño arquitectónico con algo más aterrizado, más conectado con la tierra, los cultivos, el agua, el clima. Quería comprender mejor los ritmos naturales para intervenir el territorio de una manera más coherente y responsable.

Con el tiempo, y al experimentarla desde adentro, comprendí que esos ritmos no se manifiestan solo en el entorno. Los patrones más profundos de nuestra relación con la naturaleza habitan en el “yo”: en el paisaje interior, donde se tejen nuestras emociones, pensamientos y formas de habitar nuestro mundo.

Así como la naturaleza se organiza en patrones -ramificaciones, ondas, espirales, redes-, nosotros también repetimos formas: de pensar, de sentir, de reaccionar, de vincularnos. Nuestro crecimiento no es lineal: es una secuencia de patrones. ¿Qué pasa cuando miramos hacia dentro con los mismos ojos con los que observamos un bosque? ¿Qué formas repetimos y estas hacia dónde nos están llevando?

 

En permacultura se habla de la Zona 00 como el espacio más cercano: la casa, el centro de operaciones. Pero también puede entenderse como el centro que nos mueve y donde habita lo que le da sentido a nuestras vidas. Es desde ahí que se irradian nuestras decisiones, nuestras relaciones y los paisajes que vamos diseñando en nuestro entorno. Ahí nace la posibilidad real de transformación: el punto de partida para construir hábitos más conscientes, sustentables y en coherencia con el amor por la tierra y sus habitantes.

La naturaleza, entonces, no solo nos muestra formas visibles, sino también claves para comprender procesos internos. Observar sus patrones es una forma de leer el lenguaje con el que la vida se organiza. Si todo está tejido con ritmos, estructuras y flujos, ¿qué tanto esos mismos diseños también habitan en nuestra manera de sentir y de ser?

A continuación, exploro algunos de estos patrones, no como formas externas, sino como metáforas vivas de nuestro mundo interior. Porque en la Zona 00 del ser, esos mismos patrones nos ofrecen caminos de autoconocimiento.

RAMIFICACIÓN

En los sistemas naturales, la ramificación permite que la energía se distribuya de forma eficiente: el agua llega a cada hoja, los nutrientes alcanzan cada célula, el oxígeno recorre hasta el último rincón. En el plano personal, ese mismo patrón aparece en la forma en que nuestra conciencia se extiende hacia diferentes partes de nosotros mismos.

Cada emoción, cada recuerdo, cada experiencia presente activa nuevas conexiones: pensamientos que derivan en sensaciones, sensaciones que despiertan memorias profundas, intuiciones que abren posibilidades, información almacenada que toma nuevo significado. Observar este patrón con detenimiento es una invitación a dejar de pensar en la vida interior como un sistema de elecciones aisladas y empezar a verla como una red de conexiones que, si se integran con honestidad, nos pueden guiar hacia una vida más coherente con nuestro mayor bien.

La ramificación también nos revela que lo que parece independiente muchas veces comparte un origen común. Un árbol que comienza a secarse en sus hojas no necesariamente tiene el problema en la copa; puede tratarse de una raíz dañada o de un desequilibrio en el suelo. Del mismo modo, un dolor físico puede estar vinculado a una emoción no expresada, y un patrón repetitivo en nuestras relaciones puede tener raíces más profundas, incluso invisibles a simple vista.

Este patrón nos recuerda que siempre hay un tronco base del cual emergen los distintos caminos. En el ámbito profesional, ese tronco representa el conocimiento que hemos cultivado, la experiencia que nos sostiene, los aprendizajes que han dado forma a nuestra práctica. Con el tiempo, ese saber se expande: vamos adquiriendo nuevas herramientas, vivencias y aprendizajes que se ramifican en direcciones diversas, ampliando nuestro panorama y afinando nuestra mirada

Esta expansión no solo nos da más opciones, también nos ayuda a ubicar con mayor claridad cuáles son nuestras fortalezas, nuestros dones particulares, aquello que nos hace únicos dentro de la red más amplia en la que participamos. Ramificarse es crecer sin perder el origen, es expandirse con sentido.

ONDAS

Las ondas son movimiento, transmisión, eco. En la naturaleza, una onda no se queda dónde empieza: viaja, resuena, transforma y se extiende. En nuestra energía interior ocurre algo similar. Cada pensamiento que sostenemos, cada palabra que decimos, cada emoción que no nombramos o que expresamos, genera una vibración que se extiende más allá del momento en que ocurre.

A menudo no somos conscientes de esas ondas internas que generamos día con día. Una tensión no resuelta puede dejar un eco que se filtra en nuestras relaciones, en nuestros estados de ánimo, en la forma en que trabajamos o creamos. Una emoción reprimida, un lenguaje mal empleado o una reacción impulsiva puede distorsionar nuestra percepción del mundo, de los vínculos y de los procesos que habitamos.

Pero también sucede lo contrario: una intención clara, una mirada amorosa, un gesto honesto o la fuerza del trabajo en equipo pueden multiplicar su efecto, tocando espacios mucho más profundos de lo que alcanzamos a ver.

Desde la Zona 00, estas ondas surgen del centro mismo del ser: de nuestros hábitos, nuestras elecciones, nuestras formas de estar. Una vida más alineada con los principios de la permacultura, más consciente, más presente, más cuidadosa, no transforma solo a quien la vive. También genera un campo de influencia sutil que alcanza a quienes la rodean. Las personas observan, absorben, imitan. Las ondas de coherencia se convierten en ejemplo silencioso, en semilla viva.

Comprender este patrón como parte de nuestro sistema interno es reconocer que no somos seres aislados. Que nuestras acciones y nuestros procesos internos tienen forma, impacto y dirección. Y que, como quien afina un instrumento, podemos ajustar nuestra vibración interna para contribuir, de manera silenciosa pero poderosa, a un mundo más armónico.

ESPIRALES

La naturaleza nos recuerda que el crecimiento no siempre avanza en línea recta. Muchas de sus formas, desde un caracol hasta una galaxia, desde una semilla en brote hasta el movimiento de un huracán, siguen un patrón de espiral.

En nuestros procesos mentales ocurre lo mismo. El crecimiento personal, emocional y espiritual rara vez es lineal. A menudo volvemos a lugares que creíamos superados: viejas heridas, dudas recurrentes, patrones que se repiten. Pero si el movimiento es espiralado, no estamos en el mismo punto.

Aunque desde arriba parezca que giramos en círculos, basta cambiar de perspectiva —como mirar un alzado en lugar de una planta— para darnos cuenta de que en realidad hemos ascendido. Volver no significa retroceder, sino estar en otro nivel de comprensión, con más herramientas, experiencia e, idealmente, mayor conciencia.

Mientras más giramos hacia dentro, más cerca estamos del centro; y al mismo tiempo, más alto podemos mirar. Creo que, en el camino de la permacultura, esta forma de crecer es esencial, que el aprendizaje no se quede solo en la superficie o en lo intelectual, sino que transite dentro de nosotros, en nuestras capas internas, nuestra esencia, nuestro modo de sentir y actuar y desde ahí nos impulse a un crecimiento verdadero, a “elevarnos” en un sentido más profundo y auténtico.

Revisitar ciertas emociones, encontrar nuevamente una resistencia, repetir una lección desde otra etapa de la vida, no es señal de estancamiento. Forma parte del proceso, de ensayo y error, y de lo cíclica que puede llegar a ser la vida.

Cada vuelta es distinta, cada repetición fortalece, y cada regreso nos brinda la oportunidad de actuar diferente, llevándonos siempre a un lugar diferente al anterior. La espiral nos recuerda que el camino hacia el crecimiento es a la vez regreso y avance, profundidad y elevación.

REDES

Nada esta desconectado. El micelio funciona como un sistema de comunicación y soporte que une raíces a grandes distancias; las telarañas forman entramados que capturan y sostienen; nuestras comunidades humanas, junto con los sistemas de reciclaje y manejo de residuos, crean redes que impactan y transforman nuestro entorno. De igual manera, nuestras relaciones, pensamientos y emociones tejen redes invisibles que nos conectan y sostienen.

Este patrón de redes nos habla de una interdependencia profunda: somos nodos dentro de sistemas mayores, donde cada vínculo influye y sostiene a otro. Las redes sostienen todo el sistema que habitamos, brindándonos la libertad y las oportunidades para avanzar y explorar nuevos caminos. Mientras los ciclos siguen su curso, podemos confiar en los procesos y en nuestra comunidad aliada para sostenernos y crecer.

En permacultura, el patrón de redes es considerado uno de los más importantes, pues representa la base de la interconexión que sostiene la vida y la salud del sistema. Entender y fortalecer estas conexiones es fundamental para crear sistemas resilientes, integrales y capaces de adaptarse y regenerarse.

Hacer red en equipo es fundamental. No podemos ser todólogos; por eso, unir fuerzas y conocimientos es clave. Nos apoyamos en otras disciplinas, en las habilidades y dones de cada persona, y en el conocimiento base que cada quien aporta para fusionarlo todo y crear un sistema sólido, integral y capaz. Reconocer y honrar estas conexiones es esencial tanto para el crecimiento personal como para la práctica de la permacultura, donde el bienestar del todo depende del cuidado mutuo. Al fortalecer nuestras redes, no solo cuidamos de nosotros mismos, sino que también contribuimos a la resiliencia y salud de todo el sistema al que pertenecemos.

Habitar nuestra Zona 00 con mayor conciencia, apertura y responsabilidad implica tener el valor de reconocer nuestros propios patrones y hacer ajustes en nuestro sistema interno. Este es uno de los mayores retos del ser humano. La verdadera madurez, quizás, comienza cuando asumimos la responsabilidad total de lo que habita ahí: emociones, hábitos, expectativas y creencias.

Implica dejar de esperar que el cambio venga desde afuera -de la familia, las autoridades, las parejas o cualquier otra influencia externa- y empezar a entender que la transformación real nace desde dentro.

Al reconocer que formamos parte de redes vivas, que nuestras decisiones se ramifican y que el camino se despliega en espirales ascendentes, podemos abrazar con humildad y confianza el proceso de transformación. Así, desde nuestro centro, sembramos el cambio que queremos ver y dejar, cuidándonos a nosotros mismos, a nuestras comunidades y a la tierra que nos sostiene.

¿Con qué he de irme?
¿Nada dejaré en pos de mí sobre la tierra?
¿Cómo ha de actuar mi corazón?
¿Acaso en vano venimos a vivir,
a brotar sobre la tierra?
Dejemos al menos flores
Dejemos al menos cantos.

– Nezahualcóyotl